lunes, 22 de marzo de 2010
Naos, correcto pero frío
viernes, 12 de marzo de 2010
Izote, una sabrosa flor
Esta vez decidimos seguir con nuestro recorrido por los restaurantes de los chefs mexicanos más reconocidos y fuimos a cenar al Izote de Patricia Quintana, en Polanco.
Llegamos a las nueve y media y el lugar estaba a reventar, con muchos extranjeros y un ambiente que tendía más a lo formal. No había mesas libres, por lo que nos ofrecieron una bebida de cortesía en la entrada pero preguntamos si podíamos pasar al bar, lo que sorprendió a la hostess, quien sin embargo nos dejó pasar y ya ahí notamos que “el bar” era una simple barra de servicio.
Sonia pidió al bar tender que le recomendara un mezcal y éste le explicó muy amablemente los tipos de ese licor que tenía, dándole a probar un mezcal Alipus San Andrés con etiqueta rosa que recomendó “para mujeres”, que resultó muy suave y agradable al paladar. Gerardo no se complicó nada y pidió lo de siempre: un chivas de 12 años con soda, y Alex (hijo de Gerardo), que se coló a la cena, siguió la recomendación de Sonia y bebió un vino tinto shiraz Casa Madero.
No esperamos mucho para pasar a la mesa, que por cierto fue la única que se desocupó en un buen rato. Nada más sentarnos nos ofrecieron unos mini bocoles de cortesía, rellenos de requesón que estaban sabrosos y resultaron el único obsequio, porque los aperitivos sí los cobraron.
El menú en general presentaba homogeneidad y ofrecía una gran variedad de entradas, entre ellas varios chiles rellenos, enchiladas, sopesitos, ceviches. Después había dos opciones de sopa, más una pasta y un arroz, dos ensaladas y de fuerte cuatro opciones con res, otras cuatro con pollo y cuatro más con mariscos.
El contexto de la carta está basado en preparaciones mexicanas muy tradicionales que varían en ciertos ingredientes, formas y texturas, a excepción de una opción de pasta que sale del todo del marco mexicano que caracteriza al lugar, pese a llevar flor de calabaza.
También existía una sección de guarniciones algo extraña si se piensa en la combinación con algunos platos fuertes, y que además nadie las recomendaba, cosa extraña, pues en México no se acostumbra a pedirlas (y pagarlas) por separado.
Nos sorprendió que el mesero nos dijera que se habían acabado los filetes, y tampoco había el pollito de leche, con lo que de golpe se esfumaron la mitad de las opciones de carne que ofrece el menú y la cuarta parte de las aves. Ya picados por la curiosidad decidimos investigar por qué en un lugar de ese categoría estaban tan cortos de provisiones y resultó que había una horda de vikingos carnívoros daneses (una mesa de 20 personas) que arrasaron con las viandas.
Así las cosas nos decidimos por compartir unas enchiladas al brie con salsa de guajillo ($158) que llegaron frías a la mesa pero que aún así estaban muy sabrosas. Alex decidió ir por su cuenta y pedir sopesitos de camarón a la mantequilla de chipotle ($158) que le parecieron picosos, por lo que acabó compartiendo y comiéndose una de las tres enchiladas. La verdad no picaban tanto y sí estaban deliciosos.
Para acompañar pedimos una botella de vino rosado Uriel, de Adobe, que maridaba razonablemente bien con los platos que elegimos y que era muy equilibrado y frutal, con una mezcla de Tempranillo, Barbera, Sauvignon Blanc, Moscatel y Shiraz, lo que lo hacía muy fácil de beber.
Ya con el vino, enfrentarse a los platos fuertes a las diez y media de la noche fue mucho más fácil. Sonia eligió la que tal vez era la opción más sugerente de toda la carta: pescado (filete de robalo) en esencia de pulque con setas, nopales tiernos y habas ($284). Como adorno comestible llevaba un chile pasilla frito que estaba un poco quemado y amargaba al resto de los ingredientes. Fuera de eso el plato estaba muy bien presentado, con una cocción adecuada, buena mezcla de texturas: chile crujiente por la fritura, pescado suave y jugoso, setas salteadas en su punto y una salsa con pulque que no resaltaba mucho pero sí aportaba al bocado. Lo único realmente criticable fue un atado de hoja de piel de maguey que estaba como adorno y podía descontrolar a algunos comensales que pensaran que era comestible.
Gerardo, en un derroche de originalidad decidió pedir una pechuga de pollo con mole negro de Oaxaca con cebolla crujiente y tamal al natural ($334), sustituyendo el medio pato que originalmente ofrecía la carta. El mole estaba casi tan bueno como el que hace la mamá de Yolanda, que es el mayor elogio jamás hecho por Gerardo a un mole que no sea precisamente el que elabora la mamá de la esposa de su primo. Y es mucho decir. La cocción de pollo era adecuada, estaba jugosito y su sabor discreto dejaba paso al de su majestad el mole. Tenía un adorno de cebolla blanqueada con vinagre que tal vez con el pato fuera bien, pero con el pollo no pegaba para nada.
Alex pidió pescado a la talla estilo pacifico con arroz verde y frijol negro ($274) que se veía un poco seco y cuyos secretos decidió no compartir, limitándose a decir que estaba bueno.
En los postres no encontramos gran variedad ni creatividad; sin embargo, estaban muy bien ejecutados. Pedimos para compartir la típica copa de nieves mexicanas, mencionada en la carta con el pomposo nombre de “Sorbete con frutas de la temporada a la Margarita con tequila añejo y rollitos de almendra ($112)”, con sabores a frambuesa, tamarindo y tuna. Venía acompañado de una teja de ajonjolí con dos almendras que no aludían mucho a rollitos de almendra, pero tenía muy buen sabor y textura.
El lugar, ubicado en Av. Presidente Masaryk frente al Conservatorio Nacional de Música, es sobrio, elegante, discreto y moderno, con un ambiente en el que predominan las cenas de negocios.
El servicio fue esmerado y constante, los meseros eran polivalentes y estaban bien capacitados en lo que a la carta se refiere y el de nuestra mesa, además, sabía de vinos.
Nos llamó muy favorablemente la atención ver a Patricia Quintana, con uniforma de batalla, que salía de la cocina cuando había pasado la hora pico del servicio, con intención de enterarse de la atención en el salón. Siguiendo el dicho “el que tiene tienda que la atienda”, Patricia Quintana nos pareció que estaba pendiente y preocupada por su restaurante, lo que nos dejó muy buena impresión y se reflejó en la buena atención, y la calidad de lo que se servía.
Izote es un vocablo que viene del nahua iczotl, una especie de palma que da una flores blancas, muy olorosas, que se comen en conserva.
Dirección:
Masaryk 513
Entre Sócrates y Platón
Col. Polanco Chapultepec
Tel. 5280 1671
Horario:
Lun-Dom 13-23 hrs
jueves, 11 de marzo de 2010
Azul y Oro: un gourmet entre los pumas
Fuimos a comer a la cafetería Azul y Oro, en el Centro Cultural Universitario, al sur de la Ciudad de México. Quedamos de vernos a las tres de la tarde y sólo Sonia, que es más previsora, llegó a tiempo, pues si no se conoce la ruta es casi imposible llegar al primer intento. Sin embargo, perderse en el laberinto del CU vale la pena para vivir la experiencia de comer en una cafetería universitaria con cocina de autor.
Durante enero y febrero tiene lugar el Gran Festival de Moles y Pipianes, en el que se puede escoger entre seis moles, tres pipianes, un encacahuatado y un pascal (salsa de semilla de ajonjolí), que se pueden combinar con once carnes diferentes, desde pollo, pato, pavo, hasta faisán y venado, pasando por el pescado, carnes de cerdo y de res, lo que determinaba el precio de los platillos.
El festival es el resultado de una investigación del chef Ricardo Muñoz Zurita, que rescató algunas recetas tradicionales casi olvidadas que incluyó con moles archiconocidos como el poblano, el amarillito, el negro de Oaxaca y el Manchamanteles.
De entrada pedimos para compartir una gordita de bacalao con un encurtido de alcaparras y anchoas ($52) en la que, a decir de Sonia, no se percibía la más mínima presencia del pescado y que según Gerardo sabía a papa. La opinión de la gastrónoma es que el concepto era bueno pero la realización fallaba en el sabor, si bien la técnica era correcta. Además estaba muy saturada de aceite al unir una fritura con una vinagreta. Y de acuerdo con el glotón, lo que salvaba al plato, además de su sabor falso a papa era el encurtido de alcaparras y anchoas, que si bien estaba salado, le daba vida al conjunto.
Mejor estaba la otra entrada de salpicón de venado con totopos ($59), aunque un poco seco y la presentación era muy plana, pues los ingredientes simplemente estaban separados. Se quedó en el primer paso de una deconstrucción.
Una de las cosas que más nos llamó la atención del lugar fue el ambiente relajado y estudiantil, con uno que otro fósil, además de los profesores, que dominaba el lugar, sobre todo en la parte cerrada del primer piso donde nos instalamos. La terraza es más “nice” con gente que va a comer, a ver y ser vista.
Cabe mencionar que existe otra sucursal de Azul y Oro en la Facultad de Ingeniería.
Aparte de la terraza, con una decoración más sofisticada, el ambiente del salón era francamente austero, muy cafetería equis, con cuadros en la pared que reproducían artículos y entrevistas con el chef Muñoz Zurita. Al fondo se ve la cocina, semi abierta, muy organizada y activa, con los cocineros en su uniforme verde y negro, que va cambiando de color según los días de la semana.
De plato fuerte nos decidimos por apostarle al festival de moles, con la sorpresa de que la carne de pato estaba agotada, tal vez porque es un elemento recurrente en el menú, además de las sugerencias. Sin embargo, por eso mismo nos extrañó que no la tuvieran.
Sonia se decidió por el pascal que acompañó con pavo ($139), a falta de pato ($125) para el manchamanteles que originalmente se le antojaba. La presentación era simple, con una salsa blanca a base de ajonjolí sobre un plato blanco, lo que no le daba vista. La carne tenía un punto de cocción excelente, estaba jugosa. Otra historia era el venado ($220) con pipían rojo de Yucatán que pidió Gerardo y que tenía más vistosidad cromática, pero la carne además de que era una porción ridícula, estaba demasiado hecha, dura y seca restándole sabor al pipían.
La relación calidad precio hace que el lugar esté abarrotado a todas horas. La afluencia, en su mayoría de la comunidad universitaria, no se sabe si estaba ahí más por la calidad que por el precio. Probablemente era por las dos cosas.
Los postres eran los de mejor presentación y sabor, a pesar de que no llevaban un gran despliegue en el montaje en el plato, pero éste era sencillo y correcto. En el caso de Sonia optó por Nicuatole zapoteco ($40), que según explica la carta es un flan de maíz con un coulis de zapote, pero que en realidad está a mitad de camino entre un flan y un tamal, sin que ello lo desmerite. El sabor era bueno y de acuerdo con la explicación oficial es posiblemente “el postre más antiguo de México”, de origen prehispánico.
Gerardo prefirió probar la espuma de guanábana ($50) servida también con salsa de zapote. En ambos casos se podía optar por salsa de chocolate o frutos rojos, en lugar del zapote.
El servicio, desde la recepción es amable y eficiente, con meseros y meseras jóvenes. Ya en la mesa se preocupaban constantemente por saber si todo estaba bien, pero a diferencia de otras cafeterías, parecían sinceros al preguntar. Una de las características del buen servicio es que los platos fluyeron correctamente, sin esperas ni tiempos muertos.
Las opciones que ofrece la carta, sin ser muy variadas, son suficientes y a pesar de que la mitad del menú guarda el concepto de cafetería, existen opciones más interesantes que resaltan la creatividad del autor.
Dirección:
Centro Cultural Universitario (estacionamiento # 3)
Insurgentes Sur 3000
Junto a la Sala Nezahualcoyotl
Col. Fuentes Del Pedregal
Horario:
Lun-dom 9-18hrs