Fuimos a comer a la cafetería Azul y Oro, en el Centro Cultural Universitario, al sur de la Ciudad de México. Quedamos de vernos a las tres de la tarde y sólo Sonia, que es más previsora, llegó a tiempo, pues si no se conoce la ruta es casi imposible llegar al primer intento. Sin embargo, perderse en el laberinto del CU vale la pena para vivir la experiencia de comer en una cafetería universitaria con cocina de autor.
Durante enero y febrero tiene lugar el Gran Festival de Moles y Pipianes, en el que se puede escoger entre seis moles, tres pipianes, un encacahuatado y un pascal (salsa de semilla de ajonjolí), que se pueden combinar con once carnes diferentes, desde pollo, pato, pavo, hasta faisán y venado, pasando por el pescado, carnes de cerdo y de res, lo que determinaba el precio de los platillos.
El festival es el resultado de una investigación del chef Ricardo Muñoz Zurita, que rescató algunas recetas tradicionales casi olvidadas que incluyó con moles archiconocidos como el poblano, el amarillito, el negro de Oaxaca y el Manchamanteles.
De entrada pedimos para compartir una gordita de bacalao con un encurtido de alcaparras y anchoas ($52) en la que, a decir de Sonia, no se percibía la más mínima presencia del pescado y que según Gerardo sabía a papa. La opinión de la gastrónoma es que el concepto era bueno pero la realización fallaba en el sabor, si bien la técnica era correcta. Además estaba muy saturada de aceite al unir una fritura con una vinagreta. Y de acuerdo con el glotón, lo que salvaba al plato, además de su sabor falso a papa era el encurtido de alcaparras y anchoas, que si bien estaba salado, le daba vida al conjunto.
Mejor estaba la otra entrada de salpicón de venado con totopos ($59), aunque un poco seco y la presentación era muy plana, pues los ingredientes simplemente estaban separados. Se quedó en el primer paso de una deconstrucción.
Una de las cosas que más nos llamó la atención del lugar fue el ambiente relajado y estudiantil, con uno que otro fósil, además de los profesores, que dominaba el lugar, sobre todo en la parte cerrada del primer piso donde nos instalamos. La terraza es más “nice” con gente que va a comer, a ver y ser vista.
Cabe mencionar que existe otra sucursal de Azul y Oro en la Facultad de Ingeniería.
Aparte de la terraza, con una decoración más sofisticada, el ambiente del salón era francamente austero, muy cafetería equis, con cuadros en la pared que reproducían artículos y entrevistas con el chef Muñoz Zurita. Al fondo se ve la cocina, semi abierta, muy organizada y activa, con los cocineros en su uniforme verde y negro, que va cambiando de color según los días de la semana.
De plato fuerte nos decidimos por apostarle al festival de moles, con la sorpresa de que la carne de pato estaba agotada, tal vez porque es un elemento recurrente en el menú, además de las sugerencias. Sin embargo, por eso mismo nos extrañó que no la tuvieran.
Sonia se decidió por el pascal que acompañó con pavo ($139), a falta de pato ($125) para el manchamanteles que originalmente se le antojaba. La presentación era simple, con una salsa blanca a base de ajonjolí sobre un plato blanco, lo que no le daba vista. La carne tenía un punto de cocción excelente, estaba jugosa. Otra historia era el venado ($220) con pipían rojo de Yucatán que pidió Gerardo y que tenía más vistosidad cromática, pero la carne además de que era una porción ridícula, estaba demasiado hecha, dura y seca restándole sabor al pipían.
La relación calidad precio hace que el lugar esté abarrotado a todas horas. La afluencia, en su mayoría de la comunidad universitaria, no se sabe si estaba ahí más por la calidad que por el precio. Probablemente era por las dos cosas.
Los postres eran los de mejor presentación y sabor, a pesar de que no llevaban un gran despliegue en el montaje en el plato, pero éste era sencillo y correcto. En el caso de Sonia optó por Nicuatole zapoteco ($40), que según explica la carta es un flan de maíz con un coulis de zapote, pero que en realidad está a mitad de camino entre un flan y un tamal, sin que ello lo desmerite. El sabor era bueno y de acuerdo con la explicación oficial es posiblemente “el postre más antiguo de México”, de origen prehispánico.
Gerardo prefirió probar la espuma de guanábana ($50) servida también con salsa de zapote. En ambos casos se podía optar por salsa de chocolate o frutos rojos, en lugar del zapote.
El servicio, desde la recepción es amable y eficiente, con meseros y meseras jóvenes. Ya en la mesa se preocupaban constantemente por saber si todo estaba bien, pero a diferencia de otras cafeterías, parecían sinceros al preguntar. Una de las características del buen servicio es que los platos fluyeron correctamente, sin esperas ni tiempos muertos.
Las opciones que ofrece la carta, sin ser muy variadas, son suficientes y a pesar de que la mitad del menú guarda el concepto de cafetería, existen opciones más interesantes que resaltan la creatividad del autor.
Dirección:
Centro Cultural Universitario (estacionamiento # 3)
Insurgentes Sur 3000
Junto a la Sala Nezahualcoyotl
Col. Fuentes Del Pedregal
Horario:
Lun-dom 9-18hrs
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