El martes fuimos a cenar al “Naos” de Mónica Patiño, en Las Lomas de Chapultepec. Llegamos a las 10 de la noche y el lugar estaba a la cuarta parte de su capacidad. Era una noche fría, previa a los días lluviosos que hemos padecido en la ciudad, pero aún así el aforo comparado al de “La taberna de León”, de la misma Chef, al Sur de la Ciudad de México, era decepcionante.
En la entrada, la hostess nos preguntó si teníamos reservación, a pesar de que sobraban lugares, pero nos guió amablemente a una mesa desde donde Sonia podía ver la barra de mariscos, con verduras muy frescas y conchas; en cambio Gerardo sólo podía ver a Sonia (de eso no se queja) y a la pared, como niño castigado.
El mesero inició el servicio preguntado qué deseábamos beber, pero no tenía ni idea de la oferta del restaurante ni de que había una carta de aperitivos que, como Pedro, negó más de tres veces que existiera. Al final de la cena dedujimos que no sabía nada, porque también rechazó que hubiera carta de postres, y otro mesero más experimentado y lambiscón, seguramente asegurando su propina, nos llevó la susodicha carta, que era muy completa en comparación con los dos únicos platos dulces que se anunciaban en la carta principal.
A falta de margaritas, martinis o daiquiris sugestivos, Sonia pidió una copa de vino blanco dulce Diamante, de la Rioja ($69) y Gerardo su eterno Chivas con soda ($132). Más plano imposible, pero no fue falta de imaginación, sino oferta deficiente, totalmente fuera de tono con lo “cosmopolita” del lugar.
Con tan pobre preámbulo, pasamos a sumergirnos de inmediato en la carta, no sin antes auscultar el menú de degustación que se componía de cinco tiempos más café y petit four, con un costo sin maridaje de $590.00, y con maridaje $1,190.00 y que comprendía, este último, tres vinos franceses y dos alemanes.
La carta de vinos se componía en su mayoría de caldos extranjeros entre los que predominaban los franceses, con algunos italianos, chilenos y uruguayos. Para nuestra gran sorpresa no figuraba el vino emblemático de la propietaria: el Amrita, que hubiera maridado bien con la carne y el pescado que ordenamos de fuerte.
La carta de alimentos, era muy variada e incluía muchas opciones de comida mexicana con matiz de autor, como los panuchos de foi gras al pastor, que también se ofrecían en el menú degustación. Una característica que llamó la atención de Sonia es que la oferta, a pesar de ser internacional y tener platos de creación, en cuanto a lo mexicano era muy específica con platillos muy locales como pozole verde, mole negro o sopa de frijol. También existía una sección de guarniciones que a la gastrónoma le pareció algo inútil, pues los platos fuertes ya estaban acompañados con porciones suficientes.
Con todo, esa noche decidimos vernos muy cosmopolitas. Sonia inició un poco asiática con un ceviche filipino con leche de coco al jengibre ($133), cuyos sabores se iban percibiendo gradualmente llegando al típico sabor thai. Gerardo se fue más a lo francés y pidió un medallón de foi gras con compota de manzanas de Zacatlán ($275) que sabía más a mermelada de naranja; pero el paté estaba muy bueno y combinaba muy bien con el pan rústico ofrecido a falta del tradicional melba.
Gerardo pidió luego un esmedregal con salsa de tamarindo a la diabla ($224), sobre una tortilla frita que estaba dura, lo que aunado a la cocción excesiva del pescado, de textura chiclosa, convertía la masticación en un ejercicio para fortalecer las mandíbulas. No lo quiso regresar, pues esa noche iba de perdonavidas, y además el sabor no era malo.
Sonia, de fuerte, pidió un filete de res con tuétano, colecitas de Bruselas al perejil y salsa de oporto ($270), que tenía una presentación simple pero agradable. El filete tenía mayor cocción que término medio (como la había pedido), pero aun así la salsa de Oporto y el tuétano hicieron del plato una experiencia única.
La carta de vinos ofrecía una selección razonable de opciones por copeo, por lo que decidimos hacer nuestro propio maridaje. Gerardo pidió para su Foi gras una copa de Diamante y Sonia, para el plato fuerte, probó un merlot chileno de la bodega Torres, y un vino uruguayo de coupage tannat y pinot noir y al final se decidió por el último, al igual que Gerardo. Era un Marichal 2007 ($170) que maridaba muy bien con el pescado y con el filete, pues era un vino redondo, con barrica pronunciada y buena evolución.
Resuelto el enigma de la carta de postres, nos llevamos una gran sorpresa con opciones variadas y sugestivas, donde había fruta de la estación para aquellos que no pueden consumir azúcar o que simplemente cuidan su línea. Así, Gerardo preguntó por las frutas de estación y le dieron a escoger entre mango, fresas e higos ($99) y, a sugerencia del mesero, optó por el primero, ¡el más caro de su vida! Sonia terminó con una tarta de higos con reducción de oporto y helado de tomillo ($99), con una pasta hojaldre de excelente calidad y muy buenos sabores en general; sin embargo, había un exceso de helado de tomillo, que a pesar de tener muy buen sabor, predominaba sobre el resto de los aromas del plato por la abundancia.
Desgraciadamente en México hemos visto una tendencia a penalizar en los precios las opciones sanas de comida, que por lo general tienen un costo de materia prima y elaboración muy bajo, aunque en Naos al menos ofrecían la opción de la fruta.
La carta incluía una opción generosa de cafés y tés. Todos los cafés estaban elaborados con una mezcla llamada Diemm, hecha en casa, que incluye granos de México, Costa Rica, Colombia, Tanzania, Kenia e India, tostados en Italia y molidos al momento.
Gerardo pidió un té Caterina ($36), una mezcla de té negro y cítricos que deleitaba al paladar.
La decoración de restaurante era correcta pero demasiado fría. Lo necesario para cumplir con las expectativas de un lugar de lujo en la Avenida Palmas en las Lomas de Chapultepec. Gerardo, castigado contra la pared, extrañó la presencia de los típicos espejos de los bistrós. La iluminación era muy directa, lo que le restaba intimidad al lugar y creaba un ambiente muy impersonal.
De los tres restaurantes que tiene Mónica Patiño en la ciudad de México (la Taberna del León, MP Bistrot y éste) a Sonia le gustó más el Naos. Gerardo no estuvo de acuerdo. Para él está mejor La Taberna. Lo que sí es un hecho es que este último es el que tiene el mayor éxito comercial.
Como anécdota, en el valet parking que era de Ranver, compartido con la taquería El Califa, a Gerardo le robaron el cargador de su Iphone. ¡Maldita sea!
Dirección:
Palmas 425
Entre Sierra Gamón y Sierra Mojada
Col. Lomas De Chapultepec
Tel. 5520-5702
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