viernes, 12 de marzo de 2010
Izote, una sabrosa flor
Esta vez decidimos seguir con nuestro recorrido por los restaurantes de los chefs mexicanos más reconocidos y fuimos a cenar al Izote de Patricia Quintana, en Polanco.
Llegamos a las nueve y media y el lugar estaba a reventar, con muchos extranjeros y un ambiente que tendía más a lo formal. No había mesas libres, por lo que nos ofrecieron una bebida de cortesía en la entrada pero preguntamos si podíamos pasar al bar, lo que sorprendió a la hostess, quien sin embargo nos dejó pasar y ya ahí notamos que “el bar” era una simple barra de servicio.
Sonia pidió al bar tender que le recomendara un mezcal y éste le explicó muy amablemente los tipos de ese licor que tenía, dándole a probar un mezcal Alipus San Andrés con etiqueta rosa que recomendó “para mujeres”, que resultó muy suave y agradable al paladar. Gerardo no se complicó nada y pidió lo de siempre: un chivas de 12 años con soda, y Alex (hijo de Gerardo), que se coló a la cena, siguió la recomendación de Sonia y bebió un vino tinto shiraz Casa Madero.
No esperamos mucho para pasar a la mesa, que por cierto fue la única que se desocupó en un buen rato. Nada más sentarnos nos ofrecieron unos mini bocoles de cortesía, rellenos de requesón que estaban sabrosos y resultaron el único obsequio, porque los aperitivos sí los cobraron.
El menú en general presentaba homogeneidad y ofrecía una gran variedad de entradas, entre ellas varios chiles rellenos, enchiladas, sopesitos, ceviches. Después había dos opciones de sopa, más una pasta y un arroz, dos ensaladas y de fuerte cuatro opciones con res, otras cuatro con pollo y cuatro más con mariscos.
El contexto de la carta está basado en preparaciones mexicanas muy tradicionales que varían en ciertos ingredientes, formas y texturas, a excepción de una opción de pasta que sale del todo del marco mexicano que caracteriza al lugar, pese a llevar flor de calabaza.
También existía una sección de guarniciones algo extraña si se piensa en la combinación con algunos platos fuertes, y que además nadie las recomendaba, cosa extraña, pues en México no se acostumbra a pedirlas (y pagarlas) por separado.
Nos sorprendió que el mesero nos dijera que se habían acabado los filetes, y tampoco había el pollito de leche, con lo que de golpe se esfumaron la mitad de las opciones de carne que ofrece el menú y la cuarta parte de las aves. Ya picados por la curiosidad decidimos investigar por qué en un lugar de ese categoría estaban tan cortos de provisiones y resultó que había una horda de vikingos carnívoros daneses (una mesa de 20 personas) que arrasaron con las viandas.
Así las cosas nos decidimos por compartir unas enchiladas al brie con salsa de guajillo ($158) que llegaron frías a la mesa pero que aún así estaban muy sabrosas. Alex decidió ir por su cuenta y pedir sopesitos de camarón a la mantequilla de chipotle ($158) que le parecieron picosos, por lo que acabó compartiendo y comiéndose una de las tres enchiladas. La verdad no picaban tanto y sí estaban deliciosos.
Para acompañar pedimos una botella de vino rosado Uriel, de Adobe, que maridaba razonablemente bien con los platos que elegimos y que era muy equilibrado y frutal, con una mezcla de Tempranillo, Barbera, Sauvignon Blanc, Moscatel y Shiraz, lo que lo hacía muy fácil de beber.
Ya con el vino, enfrentarse a los platos fuertes a las diez y media de la noche fue mucho más fácil. Sonia eligió la que tal vez era la opción más sugerente de toda la carta: pescado (filete de robalo) en esencia de pulque con setas, nopales tiernos y habas ($284). Como adorno comestible llevaba un chile pasilla frito que estaba un poco quemado y amargaba al resto de los ingredientes. Fuera de eso el plato estaba muy bien presentado, con una cocción adecuada, buena mezcla de texturas: chile crujiente por la fritura, pescado suave y jugoso, setas salteadas en su punto y una salsa con pulque que no resaltaba mucho pero sí aportaba al bocado. Lo único realmente criticable fue un atado de hoja de piel de maguey que estaba como adorno y podía descontrolar a algunos comensales que pensaran que era comestible.
Gerardo, en un derroche de originalidad decidió pedir una pechuga de pollo con mole negro de Oaxaca con cebolla crujiente y tamal al natural ($334), sustituyendo el medio pato que originalmente ofrecía la carta. El mole estaba casi tan bueno como el que hace la mamá de Yolanda, que es el mayor elogio jamás hecho por Gerardo a un mole que no sea precisamente el que elabora la mamá de la esposa de su primo. Y es mucho decir. La cocción de pollo era adecuada, estaba jugosito y su sabor discreto dejaba paso al de su majestad el mole. Tenía un adorno de cebolla blanqueada con vinagre que tal vez con el pato fuera bien, pero con el pollo no pegaba para nada.
Alex pidió pescado a la talla estilo pacifico con arroz verde y frijol negro ($274) que se veía un poco seco y cuyos secretos decidió no compartir, limitándose a decir que estaba bueno.
En los postres no encontramos gran variedad ni creatividad; sin embargo, estaban muy bien ejecutados. Pedimos para compartir la típica copa de nieves mexicanas, mencionada en la carta con el pomposo nombre de “Sorbete con frutas de la temporada a la Margarita con tequila añejo y rollitos de almendra ($112)”, con sabores a frambuesa, tamarindo y tuna. Venía acompañado de una teja de ajonjolí con dos almendras que no aludían mucho a rollitos de almendra, pero tenía muy buen sabor y textura.
El lugar, ubicado en Av. Presidente Masaryk frente al Conservatorio Nacional de Música, es sobrio, elegante, discreto y moderno, con un ambiente en el que predominan las cenas de negocios.
El servicio fue esmerado y constante, los meseros eran polivalentes y estaban bien capacitados en lo que a la carta se refiere y el de nuestra mesa, además, sabía de vinos.
Nos llamó muy favorablemente la atención ver a Patricia Quintana, con uniforma de batalla, que salía de la cocina cuando había pasado la hora pico del servicio, con intención de enterarse de la atención en el salón. Siguiendo el dicho “el que tiene tienda que la atienda”, Patricia Quintana nos pareció que estaba pendiente y preocupada por su restaurante, lo que nos dejó muy buena impresión y se reflejó en la buena atención, y la calidad de lo que se servía.
Izote es un vocablo que viene del nahua iczotl, una especie de palma que da una flores blancas, muy olorosas, que se comen en conserva.
Dirección:
Masaryk 513
Entre Sócrates y Platón
Col. Polanco Chapultepec
Tel. 5280 1671
Horario:
Lun-Dom 13-23 hrs
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